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             Un 
              repaso a la corrupción sexual en la Iglesia católica 
              de Latinoamérica 
             
              Por Carlos Machado 
              Octubre 2006 
               
            La 
              Iglesia oculta: pedofilia, SIDA y algo más 
               
              DEBIL ES LA CARNE... 
               
             
              Hace más de una década que se ha vuelto muy notoria 
              la crisis de ética y credibilidad por la que atraviesan amplios 
              sectores de la Iglesia Católica. Sin embargo, uno de los 
              problemas que alimenta esa crisis data en realidad de siglos: la 
              violación de los votos de castidad, el abuso sexual y la 
              pedofilia, tres estigmas muy alejados de los sufridos por Jesucristo 
              pero que están firmemente grabados en muchísimos de 
              sus representantes en la Tierra, y que cuentan con una lamentable 
              complicidad: el encubrimiento del Vaticano. 
               
              Una nota de la revista mexicana “Proceso”, publicada hace un año, 
              indicaba precisamente que esas cuestiones “vienen de tiempo atrás 
              y hace mucho que son parte de la realidad eclesiástica”, 
              aseveración que aparece en el libro “Votos de castidad”, 
              escrito por cinco especialistas –Alessandra Ciattini, Elio Masferrer, 
              Jorge Ederly, Marcos Hernández Duarte y Jorge René 
              González Marmolejo- y editado el año pasado por la 
              editorial Grijalbo. La conclusión del mismo es que “en la 
              época colonial y hasta nuestros días, el celibato 
              sacerdotal obligatorio en la Iglesia Católica de América 
              Latina es, en general, un mito, y en la práctica siempre 
              ha sido opcional, por lo que es evidente el abismo entre lo que 
              dicta el Derecho Canónico sobre el voto de castidad y la 
              vida sexual del clero”.  
               
              En sus 214 páginas, el libro cita varios casos de violación 
              al celibato en variadas formas –abusos sexuales, concubinatos, etc.-, 
              detallando por ejemplo el caso “sorprendente y harto aleccionador” 
              del jesuita Gaspar de Villarías. El proceso de este sacerdote 
              en México, a principios del siglo XVII, causó un escándalo 
              que llegó hasta la misma Roma, ya que el voraz jesuita había 
              abusado de 97 mujeres, incluso dentro de su parroquia y muchas veces 
              en el propio confesionario. En varias de esas ocasiones contó 
              con la aceptación, influenciada o no por la autoridad que 
              le daba su condición, de las mujeres que llegaban hasta él, 
              y según “Votos de Castidad”, en la larga lista de este cura 
              se incluían “monjas, muchachas y señoras maduras, 
              tanto casadas como solteras, y de todos los biotipos: blancas, mestizas, 
              indias y negras, y de todas las condiciones sociales: ricas, pobres, 
              sirvientas, libertas y esclavas”. Como puede verse, el travieso 
              de Gaspar no respetaba pelo ni marca. Finalmente, el religioso fue 
              arrestado por un lapso muy breve, y en pocos días salió 
              libre con una pequeña amonestación, listo para continuar 
              con sus tropelías, simplemente cambiándoselo de unidad 
              de la Compañía. Ese fue todo el castigo que recibió 
              “el protagonista del mayor escándalo sexual de los archivos 
              históricos de la Iglesia Católica en México”. 
               
              Respecto de la época actual, el libro menciona el concubinato 
              entre el ex nuncio apostólico en México, monseñor 
              Jerónimo Prigione, y la religiosa Alma Zamora, de la congregación 
              Hijas de la Pureza de la Virgen María, quien trabajaba para 
              él en la sede de la Nunciatura, así como la protección 
              que Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, 
              y el cardenal Roger Mahony, de Los Angeles (California), brindan 
              al sacerdote pederasta Nicolás Aguilar, quien sólo 
              en México fue acusado penalmente por abuso sexual contra 
              60 menores, huyendo a Estados Unidos donde ahora, bajo la protección 
              de Mahony, seguiría haciendo de las suyas en otra parroquia. 
               
              Esto último, 
              sumado al caso de Gaspar de Villarías hace cuatro siglos, 
              trae a colación el tema de la protección que las jerarquías 
              más elevadas de la Iglesia, incluido el Papa, han brindado 
              y siguen brindando a los miembros de la misma que incurren en todo 
              tipo de delito sexual, amparados por su investidura. Esta constante 
              en la actitud de la Iglesia cuando se descubre la existencia de 
              pederastía o abuso sexual por parte de sus representantes 
              también es apuntada en el libro citado: “La jerarquía 
              sacerdotal respondió habitualmente a estas acusaciones con 
              la negación, el ocultamiento y la descalificación 
              de los denunciantes. Una medida frecuente ante las denuncias penales 
              imposibles de controlar ha sido la reubicación sigilosa de 
              los responsables para evitar la acción de la justicia”. 
               
              Por su 
              parte, el periodista y escritor español Pepe Rodríguez, 
              autor de “Pederastía en la Iglesia Católica”, expone 
              un argumento no menos contundente acerca de esta cuestión: 
              “El problema fundamental no reside tanto en que haya sacerdotes 
              que abusen sexualmente de menores, sino en que el Código 
              de Derecho Canónico vigente, así como todas las instrucciones 
              del Papa y de la curia del Vaticano, obligan a encubrir esos delitos 
              y a proteger al clero delincuente. En consecuencia, los cardenales, 
              obispos y el propio gobierno vaticano practican con plena conciencia 
              el más vergonzoso de los delitos: el encubrimiento”.  
               
              Clero 
              delincuente. Buena definición de Rodríguez para esta 
              plaga disfrazada de santidad. 
              
            País 
              de sotanas calurosas 
               
             
              El escándalo de los abusos sexuales por parte de sacerdotes 
              –que logró mantenerse bastante oculto por siglos- ha estallado 
              en toda su dimensión en los últimos años, gracias 
              a la luz que comenzaron a arrojar sobre el tema varios investigadores 
              y medios de prensa, poniendo en evidencia además que el primer 
              reflejo de la cúpula vaticana ha sido siempre, y continúa 
              siendo, “tapar todo”. Un escándalo que cunde en la mayoría 
              de los países del mundo y que ha sacudido en distintas etapas 
              las diócesis católicas de Italia, España, Alemania, 
              Francia, Gran Bretaña, Irlanda, Austria, Polonia, Estados 
              Unidos, México, Puerto Rico, Costa Rica, Colombia, Brasil, 
              Chile y Argentina, por mencionar los casos más frecuentes, 
              y que está signado, como se dijo, por el encubrimiento. 
               
              Según 
              la revista brasileña “Istoé”, el Papa Benedicto XVI 
              envió en septiembre de 2005 a Brasil una comisión 
              para investigar acusaciones que ya se estaban multiplicando demasiado. 
              La misma se encontró con una decena de sacerdotes condenados 
              por abuso sexual, cuarenta fugitivos y alrededor de 200 enviados 
              por la Iglesia brasileña a centros de atención psicológica 
              para que sean “reeducados”. Dura realidad hallada por la Curia romana 
              en el país que contiene la mayor cantidad de católicos 
              en el mundo. Según una investigación de la mencionada 
              revista, actualmente 1.700 curas –el 10 por ciento de los registrados 
              en el país- están siendo investigados por abusar de 
              niños y adolescentes. 
               
              Hay muchísimos 
              casos individuales para relatar, pero nos remitiremos al que aparece 
              quizás como el más espeluznante, ya que su “ejemplo” 
              ha servido mucho a otros sacerdotes para consumar sus bajos instintos. 
              Se trata de un eminente teólogo que solía frecuentar 
              los salones de la alta burguesía de San Pablo y que, de acuerdo 
              al diagnóstico que se le hizo a pedido de un juzgado estatal, 
              es un “pedófilo con marcados síntomas de narcisismo 
              y megalomanía”. Dicho sea de paso, las mismas palabras que 
              aparecen en el estudio psicológico realizado, en la Argentina, 
              al sacerdote Julio César Grassi, titular durante años 
              de la Fundación “Felices los Niños” y protagonista 
              hoy en día de un sonado caso de abusos sexuales a menores 
              por el que aún espera la sustanciación del juicio 
              oral y público. 
               
              El citado 
              teólogo brasileño es Tarcisio Sprícigo, de 
              50 años, y su diagnóstico puede muy bien explicar 
              el hecho de que llevara un diario manuscrito con un recuento de 
              sus fechorías. Por ejemplo, en una parte del mismo dice: 
              “Me preparo para salir de cacería con la certeza de que tengo 
              a mi alcance a todos los chicos que me plazca”, y aconseja “recogerlos 
              de las calles, de las comisarías, de los hospitales de caridad”. 
              Antes de que lo arrestaran, el religioso había abusado de 
              muchos niños de la calle, para él “los más 
              fáciles de controlar”. En las páginas de su diario, 
              convertido en un verdadero manual de pedofilia que incluso fue consultado 
              por otros sacerdotes de su misma tendencia aberrante, describe entre 
              otras cosas cómo persuadir niños: “Presentarse siempre 
              como el que manda. Ser cariñoso. Nunca hacer preguntas pero 
              tener certezas. Tratar de conseguir chicos que no tengan padre y 
              que sean pobres. Jamás involucrarse con niños ricos”. 
              Sprícigo, que antes de ser arrestado había sido trasladado 
              a una parroquia rural, donde abusó de dos menores más, 
              estaba muy seguro de sus tácticas: “Soy seguro y calmo, no 
              me agito, soy un seductor y después de haber aplicado correctamente 
              las reglas, el niño caerá en mis manos y seremos felices 
              para siempre”.  
               
              Alguna 
              de sus reglas finalmente le falló, ya que fue condenado a 
              quince años de prisión por violar a un niño 
              de cinco años que tenía bajo su custodia. Y felizmente 
              en este caso, ni una bula papal hubiera logrado salvarlo de la cárcel. 
               
              Como se 
              dijo, el “evangelio de Tarcisio” tuvo muchos seguidores. Alfieri 
              Bompani, de 46 años, preso por abusar de niños de 
              entre seis y diez años de edad en una “favela” en la que, 
              según él, hacía ayuda social, también 
              tuvo veleidades de escritor. Además de llevar un diario estaba 
              terminando un libro de cuentos eróticos basado en sus correrías 
              pedófilas. Y hubo otros religiosos que a sus placeres carnales 
              sumaron los de la escritura y hasta la cinematografía. Una 
              muestra es la detención del sacerdote Félix Barbosa, 
              de 44 años, a quien se lo encontró en una orgía 
              de drogas y sexo con cuatro adolescentes que había contactado 
              por Internet, y que grabó la escena con dos cámaras 
              de video. La policía halló también un block 
              de cartas con los relatos eróticos que Barbosa escribía 
              basado en sus “experiencias”. Mientras se lo llevaban detenido, 
              el sacerdote gritaba que conocía a otros doce curas que hacían 
              lo mismo que él. Otro cultor de las letras, el sacerdote 
              Celso Morais, de 63 años, regenteaba un prostíbulo 
              de menores destinado al placer de los hermanos de la fe. También 
              escribía sus memorias, y el contenido de las mismas es tan 
              escabroso que la Justicia las marcó como “documento clasificado”. 
              Por su parte el diario italiano “Corriere della Sera” aludió 
              a otro de los involucrados en tierras brasileñas, monseñor 
              Antonio Sarto, obispo de Barra das Garças, acusado de abuso 
              por parte de un cura que él mismo ordenó.  
               
              La prensa 
              de varios países reconoció que el Vaticano, ante los 
              casos apuntados, no tuvo más remedio que verse obligado a 
              dejar de actuar a favor de sus representantes al comprobar que no 
              podía seguir ocultando los trapos sucios entre las paredes 
              de las iglesias.  
              
            Legión 
              de depredadores 
             
              Los Legionarios de Cristo constituyen una organización católica 
              específica dentro de la Iglesia, como lo es también 
              el Opus Dei, y como éste se ubica a la derecha y se enmarca 
              dentro de los postulados más ultraconservadores. Su fundador 
              es el sacerdote mexicano Marcial Maciel, hoy octogenario y ya fuera 
              de toda función sacerdotal dado que –por fin- después 
              de varias décadas de haber cometido infinidad de abusos sexuales, 
              el actual Papa Benedicto XVI no tuvo más remedio, ante el 
              cúmulo de pruebas acumuladas en su contra, que obligarlo 
              a retirarse de todo tipo de ejercicio sacerdotal público. 
              Eso sí, “por su avanzada edad” no será sometido a 
              proceso canónico y, como sanción de mayor dureza, 
              sólo fue “condenado” a llevar una vida privada de rezos y 
              penitencias. Otro ejemplo de los “castigos” que impone el Vaticano, 
              cuando ya es inevitable, a sus sacerdotes pedófilos. Y una 
              condena que las víctimas de Maciel, que aguardaron años 
              porque se haga justicia, esperaban que fuera mayor y que el Vaticano 
              colaborara llevando a Maciel ante la ley de los hombres y terminara 
              en la cárcel. 
               
              Pero en 
              realidad Maciel gozó siempre de la protección papal. 
              Desde que Joseph Ratzinger presidía la Sagrada Congregación 
              para la Doctrina de la Fe –nombre moderno de la Santa Inquisición 
              y un cargo en el que se sentía muy cómodo- tenía 
              conocimiento de las andanzas de los curas pedófilos por el 
              mundo. Maciel no fue la excepción, y desde 1998 el actual 
              Papa sabía, por los informes del obispo mexicano Carlos Talavera 
              y los testimonios del padre Alberto Athié, uno de los abusados 
              por Maciel cuando era seminarista, de los abusos sexuales del “legionario”. 
              Sin embargo, Ratzinger se negó entonces a abrir el caso, 
              argumentando que Maciel “era una persona muy querida para Juan Pablo 
              II”. Este último fue, precisamente, uno de sus principales 
              protectores e incluso, poco antes de morir, organizó un multitudinario 
              homenaje al líder de los Legionarios por “promover los valores 
              de la familia y de la persona humana”. Sus víctimas saben 
              bien cuál era la manera predilecta de Maciel de promover 
              esos valores. Fueron los periodistas norteamericanos Jason Berry 
              y Gerald Renner quienes, a través de un libro muy documentado, 
              “Votos de silencio. El abuso de poder durante el papado de Juan 
              Pablo II”, le hicieron ver a Ratzinger lo que se resistía 
              a ver. Los autores consideran que la protección de la Santa 
              Sede se debe a que el líder de los Legionarios siempre ofreció 
              una importante aportación económica al Vaticano, y 
              agregan que “en el caso del padre Maciel nos enfrentamos a un encubrimiento 
              papal. Su carrera es un caso de estudio sobre la desinformación: 
              la distorsión de la verdad para alcanzar el poder y fabricarse 
              una imagen virtuosa a partir de un comportamiento patológico. 
              Al no investigar cargos serios, el Vaticano ayudó a que se 
              diera este proceso durante años”. 
               
              Existen 
              testimonios que erizan la piel, una constante cuando se va tomando 
              conocimiento de caso tras caso en esta cuestión. José 
              Barba Martín, quien abandonó la orden a los 25 años, 
              luego de sufrir varios abusos sexuales de Maciel, asegura que la 
              pederastía está extendida en toda la Orden, mientras 
              Juan José Vaca, ex presidente de los Legionarios de Cristo 
              en Estados Unidos y otra de las víctimas de Maciel, afirma 
              coincidentemente que los abusos sexuales en los Legionarios son 
              comunes: “No ha sido solamente Maciel el criminal que cometió 
              esos delitos, sino que según los datos que vamos teniendo 
              ya se puede hablar de una corrupción de la institución 
              como tal. Ya hay víctimas nuevas, de segunda y tercera generación. 
              Los abusados por Maciel de niños ahora son superiores, y 
              esos superiores ya han abusado de otros. Solamente el año 
              pasado detectamos tres nuevas víctimas: una de Irlanda, otra 
              de España y la tercera de Chile. También tenemos otro 
              caso en Colombia. Donde los Legionarios tienen instituciones Maciel 
              ha puesto gente como él, que piensa como él y que 
              está integrada en ese sistema como él. Y todos ellos 
              han sido víctimas de él y luego victimarios”. Vaca 
              asegura que hasta el año 1976, cuando salió de los 
              Legionarios, fue testigo ocular de otras 25 víctimas de abuso 
              sexual de Maciel, y que él lo fue durante diez años. 
              Comenta que, luego de someterlo a las vejaciones sexuales, el líder 
              de los Legionarios intentaba tranquilizarlo diciéndole: “No 
              te preocupes si tienes remordimiento de conciencia; yo te doy la 
              absolución”, y agrega que “Maciel es un depredador, hoy con 
              la imagen de abuelo”. 
               
              Según 
              otros testimonios de víctimas de Maciel, éste utilizaba 
              un patrón de conducta similar con los niños o adolescentes 
              internos. Relatan que los elegía “bonitos”, que los mandaba 
              llamar a su habitación para pedirles que le dieran un masaje 
              y que al lograr que le masturbaran, sencillamente se justificaba 
              diciendo que tenía “dispensa papal” porque estaba muy enfermo. 
              La frase que utilizaba con algunos para terminar con su siniestra 
              sesión era: “Lo que has hecho es un acto de caridad”. 
               
              Mientras 
              las centenares de víctimas abusadas por Maciel no pueden 
              esperar ya más justicia que la muy suave condena a “rezos 
              y penitencia” impuesta al depredador por el Vaticano, la cuestión 
              más urgente ahora es saber hasta qué punto el cáncer 
              de la pederastía está infiltrado en la orden de los 
              Legionarios de Cristo, ya que miles de niños y adolescentes 
              pueden encontrarse en peligro. 
            Travesuras 
              argentinas 
            Según 
              un estudio de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados 
              Unidos, más de 4.000 sacerdotes ya han sido acusados en más 
              de 11.000 casos de abuso sexual contra menores entre 1950 y 2002. 
              Dicho estudio, difundido por la cadena CNN, fue compilado a partir 
              de una investigación a nivel nacional realizada por el Colegio 
              John Jay de Justicia Penal para la Conferencia de los Obispos. Sin 
              embargo David Clohessy, del grupo Red de Sobrevivientes de los Abusados 
              por Sacerdotes (SNAP sus siglas en inglés), afirmó 
              que las cifras suministradas en ese informe le parecían “bajas”, 
              y agregó: “Los obispos han tratado de ocultar ésto 
              durante años, por lo que no hay razón para creer que 
              de pronto van a cambiar su forma de obrar. La única cosa 
              prudente es asumir que ésto no es toda la verdad”. Un ejemplo 
              de cómo se ha desarrollado también entre los religiosos 
              de Estados Unidos el gusto por la pedofilia, al amparo, claro está, 
              de las jerarquías católicas más altas. De ello 
              bien pueden hablar el obispo Roger Mahony, antes citado, protector 
              de pederastas huidos de México, o monseñor Bernard 
              Law, otro protector de curas abusadores y protegido a su vez por 
              Juan Pablo II, quien lo designó para ocupar un alto cargo 
              en el Vaticano. 
             
              En el otro extremo del continente americano, en la Argentina, los 
              casos de abuso sexual por parte de sacerdotes no han llegado todavía 
              al nivel estadístico alcanzado en otros países. Pero, 
              como dicen de las brujas, los hay. Seguramente se debe a un bien 
              aceitado engranaje de ocultamiento, como en todos los casos. Incluso 
              han corrido rumores de que encumbrados monseñores han tirado 
              alguna “canita al aire” en esta cuestión, rumores que llegaron 
              a rozar al propio arzobispo de Buenos Aires y Cardenal Primado de 
              la Argentina, quien por su parte contó con varios votos a 
              favor durante el cónclave que el año anterior eligió 
              al sucesor de Juan Pablo II, un teatro armado para la feligresía, 
              cabe aclarar, puesto que quien lo sucedió ya era Papa poco 
              antes de que Karol Wojtyla falleciera “oficialmente”. 
               
              Un caso 
              emblemático y de mucho alcance en los medios de prensa –si 
              bien actualmente se encuentra algo estancado en tal sentido- es 
              el del sacerdote Julio César Grassi. A partir de la investigación 
              de un programa televisivo en 2002, que puso en evidencia abusos 
              sexuales cometidos por éste contra menores de edad que se 
              alojaban en la Fundación “Felices los Niños”, por 
              él presidida desde hace varios años, el tema debió 
              atravesar por diversas instancias y batallas judiciales, que llegaron 
              al extremo de que, cuando estaba a punto de iniciarse el juicio 
              oral y público contra el sacerdote, a último momento 
              fuera apartado el triunvirato de jueces que iba a actuar, acusados 
              de parcialidad manifiesta a favor de Grassi. El sacerdote, que ya 
              se relamía junto a su ejército de abogados de onerosos 
              haberes por lo que consideraba iba a desembocar en una declaración 
              de inocencia, ve ahora como las cosas se le han dado vuelta: fue 
              designado otro trío de magistrados para juzgarlo; unas pericias 
              psiquiátricas realizadas en la provincia de Santa Cruz, donde 
              también protagonizó casos de abuso sexual, arrojó 
              como resultado –como se citó anteriormente- que la personalidad 
              de Grassi es la de un “pedófilo con marcados síntomas 
              de narcisismo y megalomanía” ; aparecieron nuevos testigos 
              abusados por el cura que antes no se atrevían a declarar; 
              y buena parte de su equipo de abogados renunció a seguir 
              patrocinándolo.  
               
              Si bien 
              la fecha del nuevo juicio aún está algo en la nebulosa, 
              resultaría ahora más claro que Grassi ya no lleva 
              todas las de ganar, como se ufanaba en un principio. También 
              ha mermado la frecuencia con que lo entrevistaban algunos diarios 
              o lo invitaban a sus programas televisivos ciertos periodistas, 
              algunos de ellos cercanos al Opus Dei, que lo victimizaban haciéndolo 
              objeto de un “complot” y dándole cuerda para que se despache 
              a gusto sobre su pretendida “inocencia”. 
               
              Los otros 
              dos casos que llegaron al conocimiento público en la Argentina 
              son los protagonizados por el arzobispo de Santa Fe, monseñor 
              Edgardo Storni -cuya conducta era seguida por el Vaticano desde 
              1994 pero nunca se conoció el resultado del sumario, ya que 
              se ocultó el expediente-, y por el titular de la diócesis 
              de Santiago del Estero, monseñor Carlos Maccarone. El primero, 
              acusado de abusar de unos cincuenta seminaristas, logró al 
              parecer una mejor protección que Maccarone, ya que continuaría, 
              aunque alejado de la función sacerdotal, “en algún 
              lugar” de la provincia de Santa Fe, mientras este último, 
              que llegó a ser filmado durante unas relaciones más 
              que dudosas con un joven taxista, tuvo que renunciar a su diócesis 
              y, ante la cantidad de pruebas en su contra, el Papa no pudo concederle 
              el beneficio de un traslado dentro del país, como suele ocurrir 
              en este sistema de encubrimientos, y fue trasplantado a cumplir 
              una vida de “penitencia” en México. 
               
              Uno de 
              los detalles que adornan la cadena viciosa de Edgardo Storni aparece 
              en el capítulo 9 del libro “Nuestra Santa Madre. Historia 
              pública y privada de la Iglesia Católica Argentina”, 
              de la periodista Olga Wornat, y se transcribe a continuación: 
            El 
              Príncipe y el Pastor  
            "Era 
              de noche. Lo llamaron al dormitorio principal. El chico fue creyendo 
              que debía cumplir alguna de sus obligaciones diarias de ceremonial. 
              Entró a la habitación sólo alumbrada por dos 
              veladores de bronce y una extraña sensación de intimidad 
              le inundó el cuerpo y lo incomodó. Trató de 
              no pensar y obedeció las directivas de su superior. Lo ayudó 
              a desvestirse. Lo hizo con pudor pero creyendo que era algo normal 
              en el seminario y que se tenía que acostumbrar a las normas 
              de ese lugar al que había llegado hacía tres días. 
              Tembloroso frente al cuerpo sexagenario, le sacó prenda por 
              prenda... Cuando terminó, vio caer el cuerpo fláccido 
              del arzobispo sobre la cama, con su desnudez sólo cubierta 
              con una toalla. El chico creyó que ya había cumplido 
              con su tarea y se disponía a retirarse, pero se equivocó. 
              Echado en el lecho de dos plazas con respaldo de bronce, monseñor 
              lo llamó insinuante y le pidió que lo masajeara. Cada 
              vez más nervioso, pero movido por el miedo y el respeto que 
              le infundía la figura, el seminarista apoyó sus manos 
              sobre la piel pálida, rosada y fofa, y comenzó a friccionarlo. 
              A los masajes siguió la desnudez completa y el pedido de 
              que se acostara al lado, y que lo acariciara en todo el cuerpo, 
              pero sobre todo en los genitales. 
               
              "Confundido, turbado y temeroso, el muchachito recién 
              venido del campo, hijo de una familia humilde, obedecía y 
              escuchaba las palabras serenas y contenedoras que lo alentaban: 
               
               
              "–Esto no es pecado hijo, yo soy monseñor Storni, un 
              padre para todos ustedes, los seminaristas. Nuestro amor tenemos 
              que compartirlo. Dios ve bien esta muestra de amor entre dos hombres, 
              entre un padre y su hijo. Él nos apoya desde el Cielo. " 
               
              "Cuando terminaron, el chico salió perturbado del dormitorio 
              episcopal y se encerró en el suyo. Un compañero lo 
              notó muy mal, le preguntó si lo podía ayudar 
              y a él le relató llorando lo sucedido". 
              Con una mueca indescifrable de dolor, vergüenza y asco, un 
              ex seminarista de Santa Fe me relató así la experiencia 
              que le confesara aquel chico salido de la zona rural. Desde ese 
              momento, la fuente se convirtió en oído elegido por 
              aquel muchacho, y luego por tantos otros, para vomitar el dolor 
              y la confusión de esas relaciones "incestuosas" 
              y abusivas en las que se involucraron, seducidos o empujados, por 
              el religioso más importante de la Arquidiócesis de 
              Santa Fe de los últimos diecisiete años. 
               
              Como dicen 
              por ahí: “Un botón basta de muestra, los demás... 
              a la camisa”. 
              
            Las 
              monjas también atraen 
              
             
              Hay muchos sacerdotes abusadores que no desprecian, por supuesto, 
              echarle mano a un cuerpo femenino. Pasando por todas las épocas 
              y desde el “tigre del siglo XVII”, Gaspar de Villarías, hasta 
              hoy, abundan los casos de curas que no se resisten a la debilidad 
              de la carne cuando aparece alguna colaboradora por la sacristía 
              o cuando comparten tareas evangelizadoras con monjas. Y son abundantes 
              estos últimos casos, a punto tal que ya existen varias organizaciones 
              conformadas por religiosas para defender sus derechos, hartas de 
              verse trabajando como esclavas al servicio de los curas y también, 
              lo más grave, como “carne sacerdotal”. 
             
              En marzo de 2001 tomaron estado público denuncias hechas 
              a muy alto nivel sobre el abuso generalizado de monjas en África 
              por parte de sacerdotes y el encubrimiento del Vaticano. La realidad 
              y magnitud del problema fue descripto en un reporte por sor María 
              McDonald, madre superiora de Las Misioneras de Nuestra Señora 
              de África. Su informe, titulado “El problema del abuso sexual 
              a religiosas en África y Roma”, fue minimizado por las jerarquías 
              del Vaticano. El padre Noktes Wolf, abad primate de los monjes benedictinos 
              ha afirmado, sin embargo, que el abuso continuo de monjas africanas 
              es una realidad y no un asunto de casos aislados. Entonces surge 
              la pregunta: ¿por qué los abusos precisamente contra 
              monjas y religiosas?. Sencillamente por ésto: en África, 
              las monjas se han convertido en un grupo especialmente vulnerable 
              porque el voto de castidad las hace candidatas menos probables para 
              ser portadoras del virus del SIDA. Por lo tanto son consideradas 
              “compañeras sexuales seguras” por muchos clérigos. 
               
             
              La extensión y falta de respuesta de este fenómeno 
              ha provocado protestas formales de parte de monjas a muy alto nivel. 
              Por ejemplo, la Conferencia de Estudio de las Hermanas de África 
              Oriental (SEASC sus siglas en inglés) denunció formalmente 
              estos abusos, a través de sus delegadas, ante la Conferencia 
              de Obispos de África Central y Oriental, luego de su reunión 
              en Kampala, Uganda, en agosto de 1995. La SEASC tiene la representación 
              de 15 mil monjas de ocho países africanos y cuenta con una 
              fuerza considerable. En su queja formal decían: “Consideramos 
              ésto un asunto de justicia, el cual creemos que ya no puede 
              ser ignorado”. 
             
              Por su parte las monjas mexicanas, hartas de los constantes atropellos 
              que van desde ser utilizadas como simples sirvientas hasta sufrir 
              violaciones sexuales de sus superiores religiosos, comenzaron también 
              a integrarse en un gran movimiento internacional de protesta. A 
              través de organizaciones mundiales como la Federación 
              Internacional de Monjas o la Coalición de Monjas Americanas, 
              las religiosas ya organizan sus propios “sínodos” y encuentros 
              internacionales para bombardear con sus demandas al Vaticano, pero 
              ya van mucho más allá de exigir un alto a los abusos 
              sexuales. Están pidiendo además que se cree un “ombudsman 
              religioso”, el celibato opcional, ejercer sus preferencias lésbicas 
              y ser sacerdotisas y obispas. Cuestiones que al Papa y al cuerpo 
              cardenalicio los vuelven más rojos que el color de sus capelos, 
              y no de rubor sino de ira.  
             
              Esta rebelión de las monjas, que en los últimos cuatro 
              años va provocando choques cada vez más frecuentes 
              con el Vaticano, coincidió por ejemplo en 2003 con la exhibición, 
              en México, de la película “En el nombre de Dios”, 
              donde se revelan los maltratos, los abusos, incluyendo los sexuales, 
              y las vejaciones que miles de mujeres –huérfanas, madres 
              solteras y jóvenes violadas- sufrieron en la congregación 
              católica Hermanas de la Magdalena, en Irlanda, durante la 
              década de 1970 y hasta mediados de la de 1980. 
             
              Si bien no es habitual encontrar este tipo de información 
              en muchos medios de prensa, ya sea por la censura vaticana, la gubernamental 
              o por tratarse de medios muy vinculados de una manera u otra a la 
              Iglesia, puede apreciarse que en México y otras partes del 
              mundo, también las monjas ya están luchando contra 
              el complot de silencio que pretende cubrir, como una sombra, los 
              abusos de que son objeto. 
              
            El 
              SIDA en la Iglesia 
              
             
              Otra realidad incuestionable sobre la cual la jerarquía católica 
              ejerce, empecinadamente, la censura o el ocultamiento –intentando 
              preservar a la fuerza una imagen que ya se le escapó de las 
              manos hace tiempo- es la existencia del SIDA entre sus miembros. 
              Ya en enero de 2000 el diario estadounidense “The Kansas City Star” 
              había hecho una investigación que reveló que 
              “cientos de sacerdotes católicos mueren de SIDA en Estados 
              Unidos y cientos más viven con el virus que causa la enfermedad”, 
              señalando que “la Iglesia y las órdenes religiosas 
              necesitan reconocer que existe un problema, que los sacerdotes practican 
              el sexo y que son susceptibles a las enfermedades de transmisión 
              sexual, incluso el SIDA”. 
             
              Según ese diario, “la cifra de curas que han muerto por SIDA 
              es difícil de determinar, pero al parecer la enfermedad provoca 
              al menos cuatro veces más muertes entre sacerdotes que entre 
              la población general de Estados Unidos, de acuerdo a testimonios 
              médicos y a análisis de salud, mientras cientos más 
              viven con el virus de inmuno deficiencia adquirida (VIH)”. Indica 
              además que el hecho de que el número exacto de sacerdotes 
              muertos por SIDA o infectados sea desconocido, se debe en parte 
              a que muchos de ellos sufren su padecimiento en forma solitaria, 
              sin revelarlo a nadie, y que cuando deciden comunicárselo 
              a sus superiores, los casos se manejan generalmente de manera callada. 
              Cita el caso de Farley Cleghorn, un epidemiólogo del Instituto 
              de Virología Humana de la ciudad de Baltimore, quien declaró 
              al diario que trató a unos veinte sacerdotes con SIDA, los 
              cuales mantuvieron su enfermedad en secreto. 
             
              Esta cuestión fue tratada, sin sensacionalismo alguno, en 
              una película británica que las autoridades eclesiásticas 
              intentaron censurar o boicotear hace pocos años (como lo 
              intentaron a mediados de este año con “El Código Da 
              Vinci”). Se trata de “Dios te salve” (“Conspiracy of silence” su 
              título original), filme que aborda el tema del celibato y 
              denuncia el silencio de la Iglesia en torno a la epidemia de SIDA 
              dentro mismo de la institución. La historia, cuyo guión 
              fue premiado por la International Screenwriting Awards, está 
              ubicada en la católica Irlanda actual, y comienza con la 
              conmoción causada por un cura que se atreve a denunciar, 
              en medio de un concilio del Vaticano, que en la Iglesia hay religiosos 
              muriendo de SIDA, por lo que es severamente sancionado y enviado 
              fuera del país. La imagen más impactante de la película 
              es aquella que muestra las palmas de las manos del religioso con 
              la leyenda pintada “La Iglesia muere de SIDA”, pegadas desesperadamente 
              al cristal de la limusina que lo lleva forzadamente al aeropuerto. 
             
              El caso es que las muertes de sacerdotes por SIDA han sembrado tanta 
              preocupación en la Iglesia, que la mayor parte de las diócesis 
              y órdenes religiosas están requiriendo actualmente 
              a los aspirantes al sacerdocio que se sometan a un examen de VIH 
              antes de su ordenación. Siempre bajo la más absoluta 
              discreción, obviamente. Al menos el obispo Raymond Boland, 
              titular de la diócesis de Kansas City, reconoció sin 
              tapujos que las muertes por SIDA muestran que “los sacerdotes son 
              humanos”. 
              
            Sombras 
              finales 
              
             
              Como corolario de esta larga serie de ejemplos sobre la marcha a 
              contramano de la Iglesia, cabe referirse a otro de los ocultamientos 
              propiciados por el Vaticano. 
             
              La fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional para la antigua 
              Yugoeslavia (TPIY), la suiza Carla del Ponte, viene acusando hace 
              tiempo a la Iglesia Católica y a la jerarquía vaticana 
              de ocultar al general Ante Gotovina, de 50 años, a quien 
              muchos croatas consideran un héroe nacional, pero que por 
              sus crímenes de guerra es una de las personas más 
              buscadas junto al ex líder serbobosnio Radovan Karadzic y 
              al general Ratko Mladic. El general Gotovina permanece con paradero 
              desconocido desde 2001, cuando fue acusado de crímenes de 
              guerra y crímenes contra la humanidad. Ex oficial de la Legión 
              Extranjera francesa, Gotovina supervisó y supuestamente toleró 
              la matanza de al menos 150 civiles serbios y la deportación 
              forzosa de unos 200.000, tras una ofensiva para imponer de nuevo 
              el control croata en la región de Krajina. Por su parte, 
              el gobierno croata es acusado por la comunidad internacional de 
              insuficiente cooperación para dar con el paradero del general, 
              lo que viene afectando negativamente sus esfuerzos por negociar 
              su adhesión a la Unión Europea. 
             
              La fiscal suiza, que es católica, dice estar “decepcionada 
              en extremo” por el muro de silencio del Vaticano, tras meses de 
              llamados secretos a sus más altos funcionarios, incluido 
              uno dirigido directamente al Papa Benedicto XVI, todos ellos sin 
              éxito. Del Ponte, en unas declaraciones publicadas el año 
              anterior por el diario británico “The Daily Telegraph”, dijo 
              que “el Vaticano podría señalar exactamente en cuál 
              de los 80 monasterios católicos de Croacia ha encontrado 
              refugio el general Gotovina”, y denuncia: “Tengo información 
              de que está escondido en un monasterio franciscano y que 
              la Iglesia Católica le protege. He tratado el asunto con 
              el Vaticano, que se niega tajantemente a cooperar conmigo”. La fiscal 
              viajó incluso a Roma para transmitirle esas informaciones 
              sobre el paradero de Gotovina al ministro de Relaciones Exteriores 
              del Vaticano, el arzobispo Giovanni Lajolo, pero éste, además 
              de solicitarle que le proporcione “pruebas de la supuesta protección”, 
              le dijo no poder ayudarla con el argumento de que “el Vaticano no 
              es un Estado y no tiene la obligación internacional de ayudar 
              a las Naciones Unidas a rastrear criminales de guerra”.  
             
              Extraña respuesta del prelado, si nos atenemos a que siempre 
              se habló del “Estado Vaticano” y que éste cuenta, 
              entre sus funcionarios de mayor jerarquía, precisamente con 
              un “secretario de Estado”. Sin embargo no extraña tanto que 
              la jerarquía católica se muestre tan escurridiza respecto 
              de los criminales de guerra, cuando esta protección tiene 
              antecedentes como el del papa Pío XII, quien como ya es sabido 
              facilitó la huida hacia distintos países de América, 
              incluida la Argentina, de centenares de oficiales nazis no bien 
              terminada la Segunda Guerra Mundial, hasta proveyéndoles 
              pasaportes del “Estado Vaticano” tan desconocido por su actual ministro 
              del Exterior. 
             
              Para concluir, cabe mencionar que el Vaticano está recibiendo 
              con inocultables muestras de disgusto la aparición, además 
              de filmes que lo dejan mal parado como los ya citados “Dios te salve” 
              y “En el nombre de Dios”, de documentales, libros y diversas expresiones 
              que ponen en evidencia su sombrío accionar. Tal lo que ocurrió 
              con el documental que recientemente proyectó la cadena de 
              televisión británica BBC en su programa de investigación 
              “Panorama”, en el que un informe acusa al Papa Benedicto XVI y a 
              la Iglesia Católica de haber impulsado una política 
              de ocultamiento de los casos de abuso sexual de menores dentro de 
              la institución. Dicho programa reveló un informe secreto 
              escrito por la Iglesia en 1962, en el que se insta a los sacerdotes 
              a mantener en secreto los casos de pederastía, y señaló 
              también que el actual Papa redactó a su vez un documento 
              para proteger a los sacerdotes acusados de abuso sexual a niños 
              y para esconder estos casos. Agrega incluso que Benedicto XVI, cuando 
              era cardenal, era el encargado de que se cumplieran las directivas 
              de aquel informe de 1962. 
             
              El productor ejecutivo del programa, Colm O’Gorman, ratificó 
              las acusaciones: “Al Vaticano no le importa la protección 
              de los niños para evitar los abusos, sólo le interesa 
              proteger a la Iglesia como institución”. En tanto, el padre 
              Tom Doyle, ex abogado de la Iglesia que fue despedido del Vaticano 
              por criticar la forma en que la institución trataba los casos 
              de pederastía, señaló rotundamente en el citado 
              programa, al interpretar el informe en cuestión: “Se trata 
              de una política escrita y explícita para cubrir casos 
              de abusos de menores dentro de la Iglesia”. 
             
              Este aberrante tema fue tratado también en un libro de ficción 
              pero escrito sobre bases sólidas. De reciente aparición 
              y en venta ya en más de veinte países, “Espía 
              de Dios”, que comienza con la muerte de Juan Pablo II y es la primera 
              novela del joven periodista español Juan Gómez Jurado, 
              denuncia los abusos sexuales a menores por sacerdotes. El autor 
              vio despertada su curiosidad por los abundantes casos de abusos 
              ocurridos en Estados Unidos, lo que lo llevó a viajar a ese 
              país para conocer el tema “in situ”. Allí se trasladó 
              por diversas ciudades, donde se contactó con numerosas víctimas 
              que han creado varias asociaciones, y llegó a conocer la 
              existencia de centros de reeducación para sacerdotes pederastas. 
             
              Como ha podido apreciarse en esta larga reseña, la Iglesia 
              Católica en general y el Vaticano en particular, que han 
              pretendido mostrar siempre una cara revestida de sacrificio y santidad 
              -al margen del boato y las riquezas que no condicen con la humildad 
              cristiana-, tienen en los hechos otra totalmente opuesta a aquella, 
              una realidad demostrada por sus falencias y contradicciones: el 
              sostener a rajatabla el celibato a través del tiempo ha producido 
              todo tipo de distorsiones mentales entre sus representantes; sus 
              enjuagues políticos llevan al Vaticano a actuar, aunque sea 
              “entre bambalinas”, como una potencia más en el concierto 
              mundial y, si la ocasión lo amerita, hasta a proteger criminales 
              de guerra; y la lista continúa y es muy larga. Demasiado 
              larga.  
             
              Lo que está logrando la Iglesia, que ya no puede ocultar 
              hechos que pretendió mantener ocultos a través de 
              los tiempos, es alejar de ella a cada vez más católicos, 
              desprotegiéndolos sin miramientos, y que los seminarios se 
              encuentren cada vez más vacíos.  
             
              En suma, se dedicó prolijamente a desvirtuar totalmente la 
              misión para la cual fue llamada, hace más de dos mil 
              años, por un enviado que vivió como hombre y que murió 
              creyendo que esa muerte era la llave para un mundo mejor. Una llave 
              que sus supuestos representantes arrojaron hace mucho tiempo al 
              vacío. 
            Carlos 
              Machado 
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