Pepe Rodríguez

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La sectadependencia, otra forma de adicción

 

© Pepe Rodríguez

 

Resumen del libro Adicción a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento), publicado como artículo en el número 35 de la Revista de la Asociación Proyecto Hombre)

 

Conductas adictivas y supervivencia emocional
Bioquímica cerebral y procesos adictivos
Síntomas que delatan una conducta adictiva
Cómo enfrentarse a la sectadependencia
Prevención de la sectadependencia
Qué hacer ante un caso de sectadependencia
Bibliografía

 

Muchos siguen pensando que una adicción es el resultado «inevitable» de consumir alguna sustancia satanizada —una «droga»— que, por su composición, acaba enfermando y degradando al sujeto que se la administra. Pero tal concepción está trasnochada y resulta demasiado limitada y peligrosamente errónea, dado que, entre otras cosas, pone todo el énfasis en culpar del problema a una sustancia —en la Grecia clásica ya se sabía que el veneno no radica en la propia sustancia sino en la dosis que de ella se emplea—, ignorando que un proceso adictivo puede sustentarse sólo en la repetición de una conducta sin que medie ningún consumo de una sustancia, y olvidándose de las fundamentales causas psicosociales que generan y potencian la necesidad de convertirse en adicto.

Abordar la adscripción a una «secta» desde la perspectiva de una adicción o dependencia aporta vías de comprensión y sugiere estrategias de tratamiento mucho más ajustadas y eficaces que los abordajes clásicos sobre los que se ha basado, desde sus comienzos, el estudio de la problemática sectaria, que se concentró en los síntomas patológicos del adepto y en los elementos coactivos y/o delictivos de la estructura sectaria, ignorando la problemática psicosocial previa del sujeto que, en suma, representaba el principal dinamizador del proceso de afiliación y subsiguiente dependencia de la «secta».

En adelante, cuando hablemos de adicción y dependencia lo haremos entendiendo éstas en el sentido apuntado por Rozanne W. Faulkner, que propuso definir la adicción como «un trastorno serio y progresivo que implica la autoadministración repetitiva de una sustancia o un proceso para evitar las percepciones de la realidad a través de la manipulación de los procesos del sistema nervioso, produciéndose, en consecuencia, un daño en el equilibrio del funcionamiento bioquímico del organismo y una pérdida de habilidad para relacionarse con el mundo exterior sin el uso de la sustancia o proceso seleccionado»[i].

La propuesta de Faulkner, aunque no es del todo original, tiene la virtud de aglutinar en una misma definición y en un único planteo de abordaje terapéutico los dos tipos básicos de dinámicas adictivas: las adicciones a sustancias y las adicciones a conductas. Quedando así emparentados los comportamientos básicos de toxicómanos —tomando el vocablo en su sentido más clásico—, alcohólicos, adictos al tabaco, a la comida, al trabajo, a los juegos de azar, a los ordenadores, a Internet, a los videojuegos, a las compras, a los juegos de riesgo, al sexo, a las sectas, al coleccionismo y a un sinfín de conductas.

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CONDUCTAS ADICTIVAS Y SUPERVIVENCIA EMOCIONAL

Todo lo que pueda ser capaz de evocar la producción de betaendorfinas en el cerebro puede acabar generando adicción, aunque también es verdad que las características psicosociales de cada sujeto son las que predeterminan y modulan la vía hacia la dependencia. En los procesos adictivos parece evidente que la relación entre sustancia/conducta y adicción/adicto sólo puede representarse mediante una ecuación no lineal y que —dejando al margen posibles causas genéticas que predispongan a ciertas respuestas y/o carencias bioquímicas— las razones por las que unas sustancias y/o conductas resultan adictivas para algunos, aunque no para otros, hay que buscarlas en la estructura de personalidad del sujeto dependiente y, muy especialmente, en sus circunstancias sociales y en el modo que tenga de relacionarse, enfrentarse o dialogar con ellas.

Esta misma dirección es la que sugirió este autor cuando propuso conceptualizar como menor autodestructivo a toda estructura de personalidad —construida desde la infancia— debilitada por diversidad de pautas formativas y educativas erróneas que, ante condiciones sociales vividas como adversas, lanza al sujeto hacia la búsqueda de reductores de ansiedad extremos, haciéndole perder el control de los mismos hasta caer en dinámicas de dependencia más o menos profundas y autodestructivas[ii]. Las características psicosociales previas que presenta un sectadependiente encajan plenamente en este planteamiento[iii].

Una dinámica de dependencia está en función de las posibilidades que tenga un sujeto para lograr un marco de supervivencia emocional adecuado o, dicho de otra manera, que puede actuar como una estrategia destinada a intentar compensar las carencias, sensación de fracaso, ansiedad, etc. de un sujeto con insuficientes recursos emocionales para poder controlar su propia vida y circunstancias. El consumo abusivo de drogas puede ser una vía, pero resulta obvio que los procesos toxicomanógenos instalan a «las conductas patológicas como un nuevo objeto generador de dependencias, ya que son capaces, también, de ostentar un potencial adictivo, sin requerir el consumo de sustancias químicas exógenas»[iv]. En este último caso estarían los sectadependientes.

Dado que los seres vivos, en definitiva, somos sistemas nerviosos que interaccionamos con estímulos medioambientales y socioculturales, produciendo respuestas que, a su vez, condicionan las futuras pautas para enfrentarnos a nuevos estímulos, las conductas adictivas o dependientes pasan a tener un papel de autoterapia cuando las condiciones externas al sujeto amenazan su homeostasis. 

Bajo la conducta adictiva subyace la necesidad de dependencia propia de un sujeto que no se cree capaz de conseguir por sí mismo aquello a lo que aspira y, para intentar ocultar su sensación de fracaso y mantener una imagen aceptable de sí mismo, renuncia a intentarlo. Este tipo de personas, a través del uso abusivo de una sustancia y/o conducta, obtienen percepciones agradables que sustituyen a las del mundo real y que, mejor aún, ante cualquier dificultad cotidiana acuden a calmar su aflicción de forma segura e inmediata, con lo que eluden la posibilidad de fracasar y las situaciones generadoras de ansiedad.

Cuando se trabaja con sujetos sectadependientes —categoría que no debe confundirse con cualquier miembro de una «secta»[v]— puede apreciarse con claridad meridiana que entre sus rasgos de personalidad destacan la baja autoestima, escasa tolerancia a la ambigüedad y la frustración, o la tendencia a la ansiedad —además de otras muchas características básicas de la personalidad presectaria—; y al analizar sus estructuras familiares encontramos dinámicas de sobreexigencia mantenidas desde la infancia que han cronificado su sensación de «incapacidad» ante la vida. Esos individuos, lógicamente, necesitaron encontrar un reductor de ansiedad a su medida y la «secta» —la dependencia de ella— solucionó su problema.

El entorno sectario es predecible —está altamente ritualizado—, de acceso inmediato, proporciona sensaciones gratificantes y permite eludir el riesgo de fracasar (ya que el sectadependiente no se percibe a sí mismo como responsable de su destino). Por otra parte, el fracaso resulta también imposible si uno dedica todo su esfuerzo vital a un objetivo ciclópeo —la utopía sectaria— que, por definición, jamás podrá obtenerse. La conducta adictiva impide el fracaso, puesto que la dependencia evita que uno tenga que responsabilizarse de los cambios que debería introducir en su vida para sentirla como suficientemente satisfactoria; la adicción, aunque no sirve para transformar las circunstancias que le hacen fracasar a uno, sí es altamente eficaz para anular la ansiedad que conlleva el creerse incapaz de controlar las riendas de la propia existencia.

Cuanto más pobre en estímulos e insatisfactoria sea la vida de un sujeto, tanto más atrayente será una «secta» y satisfactoria su sectadependencia y, cerrando el argumento por el otro extremo, cuanto más persista esta situación psicosocial lesiva, más se incrementará la dependencia y la tolerancia al comportamiento adictivo. Tampoco será difícil comprender que, cuando nos encontramos ante alguien que está flirteando con una «secta» y/o que está cayendo en sectadependencia, lo único que no debe hacerse es acorralarle —le encierra todavía más en el grupo— y/o ignorarle —ratifica su aislamiento—, antes al contrario, debería ponerse a su alcance los máximos estímulos posibles —relaciones personales y actividades que puedan despertar su interés— a fin de intentar compensar progresivamente su tendencia a sentir que sólo a través de la conducta adictiva puede alcanzar «bienestar»[vi].

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BIOQUÍMICA CEREBRAL Y PROCESOS ADICTIVOS

Para andar por la senda de lo psicosocial en relación a las adicciones, y comprender las bases en que se apoyan los procesos adictivos y el parentesco existente entre dependencias de sustancias y de conductas, resulta indispensable tener presente una serie de conceptos fisiológicos y bioquímicos que, por falta de espacio, daremos por conocidos.

Resulta bien sabido que el consumo de drogas como las anfetaminas y la cocaína incrementa el nivel de dopamina en el cerebro, pero no es menos cierto que el aumento de este neurotransmisor puede producirse igualmente en el transcurso de diversas circunstancias sociales —juegos, actos participativos, rituales, situaciones de riesgo, etc.— que, de esta manera, se convierten en conductas altamente reforzantes, eso es potencialmente adictivas. También es muy significativo que el aislamiento social reduzca precisamente la liberación de dopamina[vii]. En medio de estas pautas contradictorias —situaciones psicosociales de aislamiento que restringen el aporte de dopamina y conductas que elicitan su presencia— podremos encontrar la vía que lleva hacia la sectadependencia.

Entre los estados emocionales que favorecen la conducta adictiva destacan las situaciones de disforia —caracterizadas por provocar ansiedad, estrés, apatía, irritabilidad, etc.—, en las que, un sujeto, al ser incapaz de encontrar motivación en los reforzadores naturales, estará más predispuesto a sucumbir ante el efecto de una diversidad de reforzadores artificiales —sustancias y/o conductas— que provoquen una rápida y potente sensación positiva a través de la vía dopaminérgica. Lo anterior es tanto más factible a medida que en una persona se incrementa su grado de aislamiento social, presenta una deficiente integración en el núcleo familiar, carece de estímulos socioculturales, padece alguna psicopatología, etc. 

Los procesos adictivos dependen de una serie de sistemas cerebrales y de los neurotransmisores que mediatizan sus funciones. Pero debe tenerse presente que a menudo nos movemos dentro de círculos en los que causa y consecuencia interactúan indefinidamente hasta conducir a la dinámica dependiente. Por las implicaciones que tiene en nuestra propia vida cotidiana, nunca se insiste demasiado al recordar que, cuando los niveles de estrés superan los que una determinada persona puede manejar, comienza a alterarse seriamente, entre otros, el funcionamiento de tres hormonas y neurotransmisores básicos —serotonina, noradrenalina y dopamina— que actúan a modo de «mensajeros del bienestar».

Cuando se tienen niveles normales de «mensajeros del bienestar», cualquier estimulación adicional —que afecte a cualquier sentido de forma placentera— no pasará de ser una experiencia agradable que se mezclará con el resto de vivencias cotidianas sin más; pero cuando un sujeto presenta niveles bajos de esos mensajeros, su sistema de recompensa cerebral se encuentra en un estado debilitado y, por ello, cualquier estimulación que reciba —vía administración de sustancias y/o conductas— tendrá un efecto extraordinariamente impactante. Las personas que carecen de estos mensajeros tienden a autoestimularse recurriendo a determinadas sustancias y/o conductas que, al igual que les ocurría a las ratas de laboratorio de Olds y Milner pueden desembocar en dinámicas autodestructivas. 

La autoadministración de sustancias y conductas capaces de incrementar la producción de estos «mensajeros del bienestar» produce un efecto de condicionamiento —por vía dopaminérgica— que asocia la sensación de placer/ausencia de dolor al propio momento —circunstancias psicosociales en las que se muestra necesaria y eficaz la autoadministración— y al acto y entorno en el que se realiza el consumo y/o la conducta, de forma que basta la simple presencia de una dificultad y/o de ese entorno para disparar automáticamente la necesidad incontrolable de autoadministrarse la sustancia y/o conducta correspondiente. Eso les ocurre a los adictos al alcohol, tabaco, café, drogas ilegales, fármacos, comida, etc., que consumen la sustancia de la que se han hecho dependientes para reducir su ansiedad —que, en un círculo vicioso, se la ocasiona buena parte de las situaciones vitales cotidianas (por eso iniciaron el consumo) y, al fin, también la propia falta de consumo y, a más abundamiento, también cualquier entorno que le recuerde el acto de su administración—, pero es igualmente la razón que subyace bajo la conducta de adictos al juego, trabajo, Internet, sectas, etc.

El sectadependiente pasó a depender de su secta para reducir su angustia vital y aprendió a servirse de los usos sectarios —dogmas y prácticas ritualizadas, que le incrementan los niveles de «mensajeros del bienestar»— para mejorar su estado anímico; pero se angustia de nuevo si no practica esos usos —ya que decrece su nivel de neurotransmisores del bienestar—, por eso necesita la inmersión en el ámbito sectario y el refuerzo positivo derivado de la conducta ritualizada; y pone en práctica esos usos siempre, ante cada situación cotidiana que le agobia, precisamente por eso, y al hacerlo —dado que suben sus niveles de «mensajeros del bienestar»— se refuerza su dependencia de la secta, que a su vez refuerza la conducta sectaria… quedando encerrado en el círculo vicioso de la adicción. Además, dado que toda dinámica sectaria establece una gradiente de estados superiores —más «perfección», «pureza», «santidad», etc.—, el hecho de no lograrlos —es imposible alcanzar metas tan relativas, ambiguas y nebulosas— es generador de más ansiedad que, claro está, potencia el uso de las dinámicas adictivas sectarias, y así ad infinitum. Un sectadependiente se mueve dentro de una diversidad de conductas en espiral que, al aumentar y disminuir sin cesar sus niveles de «mensajeros del bienestar», le mantienen atado a la dinámica sectaria.

El adicto en general y el sectadependiente en particular, necesita huir, desesperadamente, de situaciones personales y/o sociales que le generan pautas de ansiedad elevadas. Al analizar el entorno psicosocial previo de los sectarios encontramos siempre una constante de «dolor emocional» como sentimiento derivado de rutinas cotidianas escasamente satisfactorias, por eso será oportuno recordar que la percepción del dolor tiende a extinguirse a partir de la activación de los opiáceos endógenos (que reducen la acción de la sustancia P) y dado que el pensamiento y las emociones pueden activar la producción de endorfinas, aspecto bien documentado en los estudios de Ornstein y Sobel sobre el efecto placebo[viii], resulta evidente que ambos procesos —pensamiento y emociones—, al ser capaces de evocar la producción de betaendorfinas, pueden sostener dinámicas adictivas. 

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SÍNTOMAS QUE DELATAN UNA CONDUCTA ADICTIVA

La conducta adictiva no es sencilla de delimitar, puesto que no es algo concreto y aislable del resto de comportamientos realizados por un sujeto determinado, sino que, por el contrario, se encaja dentro de un continuum de actuaciones vitales en el que no hay separación entre las conductas adictivas y las que no lo son.

Quienes fuman, beben o juegan por placer —como una actividad más, que tiene su momento y su lugar— no son adictos, pero sí lo son aquellos que necesitan hacerlo de modo compulsivo. Quienes participan en las actividades de una «secta» y las integran con normalidad entre el conjunto de sus comportamientos e intereses vitales no son adictos, pero quienes sitúan a la «secta» en el centro de su vida y orientan ésta en función de aquella, subordinando y/o relegando casi cualquier otra cosa en favor del contexto sectario, se han convertido en sujetos adictos, en sectadependientes (con independencia de las actividades del grupo y de que éste sea o no una secta destructiva).

Algunos expertos, como Daley[ix], al señalar los puntos comunes que caracterizan las conductas adictivas a consumos y conductas, remarcan como prototípicos los siguientes:

a) El nivel de «exceso» o el grado de «compulsión»; indicativos que perfilan la irracionalidad de la conducta adictiva; b) La inundación o rebase del engaging o «enganche», en el sentido de un mayor consumo del previsto en la adicción a sustancias y de un tiempo de dedicación superior al pretendido en la adicción a conductas; c) Los intentos o deseos de abandonar el hábito, que fracasan en ambos tipos de adicción; d) La negación del sujeto a reconocer la existencia de una dependencia cuando ya es muy evidente para todo su entorno familiar y/o social; e) Las obsesiones recurrentes en torno a las sustancias o conductas adictivas y los rituales que se relacionan o asocian con sus consumos; f) Las variaciones en la tolerancia a la sustancia o a la conducta que aparecen a medida que avanza el proceso de adicción; g) Las crisis de abstinencia que emergen cuando no se puede consumir la sustancia o realizar la conducta de la que se depende; h) La dificultad o imposibilidad de manejar las situaciones conflictivas derivadas de la dependencia y, a la inversa, la imposibilidad de manejar situaciones conflictivas sin ayuda de la sustancia o de la conducta; i) El desprecio por las posibles consecuencias graves —a menudo ya evidentes— derivadas de la dependencia.

Quienes hemos trabajado tanto con toxicómanos como con sectarios, podemos reconocer fácilmente en los puntos precedentes un conjunto de actitudes que se dan habitualmente en unos y otros. Aunque, lógicamente, puede haber diferencias de grado en estos items para cada sujeto, no cabe duda de que la presencia de todos ellos es indicativa de la existencia de una dependencia, ya sea respecto de una sustancia o un comportamiento (o de ambos)[x].

Estar sometido continuamente a una dinámica de persuasión coercitiva y vivir en un estado de dependencia, tal como es el caso de buena parte de los adeptos de sectas destructivas —pero no así del de cualquier adepto de una «secta»—, puede llegar a causar una serie de trastornos psicosociales más o menos importantes que, básicamente, estarán en función de tres factores variables: a) el perfil psicosocial previo del sujeto. b) su grado de integración en algún marco de sectarismo destructivo. c) las características de la secta y de la dinámica manipuladora empleada por ésta. Así, pues, una misma secta destructiva podrá causar efectos diferentes y/o de distinta consideración y gravedad en adeptos distintos; en otros miembros no llegará a ocasionar ninguna alteración significativa; y, en sujetos con problemáticas psicosociales específicas, puede acabar convirtiéndose, incluso, en un marco positivo.

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CÓMO ENFRENTARSE A LA SECTADEPENDENCIA

Cuando una secta comienza a aplicar técnicas de persuasión coercitiva sobre una persona ¡y logra sus propósitos!, no nos engañemos, buena parte del daño que hizo vulnerable a ese nuevo sectario llevaba ya muchos años minándole la vida. La secta no hizo sino ahondar con destreza en las heridas abiertas previamente por procesos de maduración psicoafectiva lesivos e incapacitantes, por pautas formativas y educativas erróneas, y por dinámicas socializadoras frustrantes.

Enfrentarse a la problemática de la adicción a las sectas requiere un planteo básicamente equivalente al de las drogas, pero lo cierto es que, hasta el día de hoy, no se ha elaborado ninguna política preventiva dirigida a incidir en los ámbitos que, de una u otra forma, generan y/o cronifican las dinámicas adictivas, y que, por orden de importancia, son: el sistema familiar, la estructura escolar y el marco social en general.

En el diseño actual de planes de intervención en toxicomanías se tiene en cuenta marcos teóricos como la Teoría de Desarrollo Social que postula[xi] la existencia de unidades básicas de socialización —la familia y la escuela en la infancia y, posteriormente, el grupo de iguales— desde las que se mediatiza el aprendizaje de pautas de comportamiento que pueden ser prosociales o antisociales (situando entre éstas el abuso de drogas). «Este enfoque plantea cómo en la dinámica de transmisión de pautas, actitudes, valores y referentes educacionales, la familia ejerce de modo competente o no sus funciones de formación de futuros individuos diestros y autónomos para el control de su propia vida y suficientes para la adaptación personal y social. Esta perspectiva de la familia como instancia moduladora de aprendizajes prosociales reúne a la vez las dos perspectivas de riesgo/protección. El nivel de desarrollo madurativo y de capacidades que la familia sea capaz de promover y troquelar en los hijos, condicionará estados precedentes y niveles de vulnerabilidad para la incidencia de las variables de riesgo implicadas en el consumo [de drogas] y propias de la interdinámica persona-entorno»[xii]. Lo apuntado es plenamente aplicable también a la vulnerabilidad a la dependencia sectaria.

De estos tres estamentos, el familiar es el que tiene mayor peso y responsabilidad en los aspectos básicos de la formación de un sujeto, tanto por su posible incidencia en la generación de estructuras de personalidad frágiles o problemáticas, como por su posición privilegiada para poder suministrar pautas formativas indispensables para que los hijos puedan superar con éxito la amplia gama de dificultades psicosociales con las que deberán enfrentarse en el futuro. En cualquier caso, siendo indiscutible la incidencia que puede tener el marco familiar en la génesis de personalidades sectarias, también resulta obvio que las posibilidades de actuación intrafamiliar positiva y/o correctora pueden ser muchas y tan variadas como decisorias. Desconocer la verdadera etiología de un problema psicosocial, o atribuirlo a causas que, en el mejor de los casos, no son sino subsidiarias, impide actuar con eficacia.

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PREVENCIÓN DE LA SECTADEPENDENCIA

Para la prevención del sectarismo debemos basarnos necesariamente en todos los elementos de predisposición o riesgo que conforman la personalidad presectaria y, sobre ellos, adoptar los cambios de actitud que sean necesarios para corregir los errores formativos que lesionan la personalidad de los hijos, y/o emprender las actuaciones oportunas para evitar que daños ya causados puedan arrastrar a un hijo/a, en el futuro, hasta alguna situación autodestructiva como la sectadependencia. Cualquier familia puede prevenir el riesgo de sectarismo de sus hijos si adopta con ellos, desde su niñez, las 25 actitudes para la prevención integral que resumimos a continuación[xiii]:

1. Evitar cualquier tipo de maltrato a los hijos, ya sea este físico o psicológico.

2. Evitar las carencias afectivas y la falta de atenciones paternas, implícitas o explícitas.

3. Evitar la generación de vínculos sobreprotectores

4. Evitar, sobre todo durante los primeros años de vida, la dilución de las figuras materna y/o paterna.

5. Evitar el empleo de pautas educativas extremas, ya sean éstas excesivamente autoritarias o laxas y sustituirlas por dinámicas más dialogantes.

6. Evitar educar a los hijos dentro de marcos ideológicos extremistas y/o excluyentes.

7. Evitar incrementar sistemáticamente las exigencias paternas sobre los hijos y lanzarles hacia pautas competitivas desmesuradas que sobrepasen sus capacidades.

8. Prevenir el fracaso vital y escolar de los hijos fortaleciendo su nivel de autoestima, su seguridad y su independencia.

9. Fomentar desde un buen principio la existencia de una comunicación fluida entre padres e hijos, potenciando las relaciones de confianza mutua que permitan estar al lado del hijo/a cuando surgen en éste/a las primeras dificultades.

10. Contribuir a que el hijo/a pueda conformar su propia identidad, ayudándole a reducir y resolver los problemas que le asedian cotidianamente, y apoyándole para que sea capaz de sobrellevar las profundas contradicciones del mundo de los adultos.

11. Conocer las diferentes realidades y necesidades de cada fase evolutiva de los hijos para estar en condiciones de darles un apoyo apropiado y poder ayudarles a contener sus conflictos emocionales.

12. Potenciar que los hijos apliquen habitualmente el raciocinio, la reflexión, el análisis y la crítica en todas las facetas y momentos de la vida.

13. Enseñar a los hijos a construir, argumentar y mantener sus propios criterios y opiniones ante sí mismos y los demás, y a ser capaces de modificarlos sin que por ello tengan que cuestionarse su personalidad y/o su concepción de la realidad.

14. Enseñar a los hijos los pasos necesarios para la toma de decisiones y las estrategias que permiten controlar la ansiedad que puede generar la perspectiva del riesgo a equivocarse y/o fracasar.

15. Enseñar a los hijos a ser asertivos.

16. Enseñar a los hijos a saber negociar con su realidad.

17. Enseñar a los hijos a tolerar las frustraciones y superarlas; templando así su paciencia e impidiendo la aparición de la inmadura y peligrosa necesidad de buscar la satisfacción inmediata en las actuaciones cotidianas.

18. Enseñar a soportar y obviar la inevitable ambigüedad que caracteriza la existencia humana, que será tanto como exorcizar la necesidad patológica de encontrar valores y/o respuestas de tipo absoluto y/o maniqueo.

19. Educar en libertad y para la libertad, y enseñar las diferencias que existen entre ser solidario y ser un idealista ingenuo y crédulo.

20. Fomentar en los hijos la tolerancia y el diálogo con todas las ideas o creencias.

21. Potenciar que los hijos se sientan útiles en todo momento, y que se integren responsablemente a lo que esté sucediendo a su alrededor.

22. Potenciar la integración de los hijos en grupos, asociaciones y proyectos que tengan algún tipo de incidencia social, estén formados por iguales y tengan un funcionamiento estructural lo más participativo posible.

23. Enriquecer y proveer de experiencias interesantes el mundo de los hijos, en especial el de los adolescentes, que hoy día parece dominado por el aburrimiento, el tedio y el vacío de un período vital en el que aún no se es nada, cada vez se puede estar menos seguro de que se va a llegar a ser algo/alguien, y en el que uno se ve afectado por un entorno social que incrementa progresivamente su carga de absurdidad, vacuidad y alienación.

24. Discutir franca y abiertamente con los hijos de todos los temas que se consideren importantes y/o que puedan suponer, en ciertas circunstancias, algún riesgo.

25. Buscar ayuda terapéutica adecuada para el hijo/a si observamos síntomas persistentes que puedan deberse a problemas emocionales y/o trastornos de la personalidad.

Adoptar adecuadamente estas 25 actitudes para la prevención integral no sólo servirá para evitar una posible sectadependencia de los hijos en el futuro sino que, igualmente, alejará la posibilidad de que puedan verse atrapados en el resto de dinámicas dependientes y autodestructivas que venimos mencionando.

Por otra parte, el sistema escolar, como dinámica socializadora por excelencia que es, debería proveer a sus alumnos no sólo de conocimientos, sino, también, de patrones de conducta capaces de orientar sus actuaciones presentes y futuras hacia actitudes más sanas, que permitan mantener de la mejor manera posible una relación homeostásica, racional, adulta y ecológica con uno mismo y con su entorno social.

Desde esta perspectiva, una educación para la salud integral puede abarcar campos tan distintos —aunque profundamente interrelacionados— como aprender a relacionarse ecológicamente con el entorno, a buscar vías de solución alternativas y creativas, a gestionar adecuadamente la propia autonomía y libertad, a adquirir pautas defensivas contra el consumismo, a mejorar los hábitos alimentarios y de ocio, a limitar y controlar los usos abusivos y/o dependientes de sustancias y conductas, a fomentar la cooperación, la solidaridad y la tolerancia... Se trata, en definitiva, de dotar a niños y adolescentes —según su nivel— de un arsenal de conocimientos y estrategias que les permitan actuar como futuros adultos con plena capacidad de autoconservación y no como neuróticos y serviles clientes de la sociedad industrializada. Dentro de la dinámica general del sistema escolar, y focalizado específicamente a la prevención del sectarismo, sería también importante trabajar con los alumnos, desde ángulos diferentes, los aspectos reseñados en los puntos 12 al 24 recién mencionados.

También dentro de la pareja puede prevenirse la cada día más habitual problemática sectaria que da al traste con muchas convivencias. Una pareja es una dinámica viva que necesita alimentarse, día a día, tanto del entorno sociocultural en el que vive como de los aportes positivos de cada una de las partes. Por eso, cuando la relación conyugal se transforma en algo rutinario, monótono, vacuo, estéril y limitador, se está abonando el campo para que, en el cónyuge que presente un perfil psicosocial de riesgo, afloren problemas emocionales que pueden desencadenar procesos adictivos tales como la sectadependencia. Esa necesidad de sectadependencia —o de otro tipo de adicción— suele crecer lentamente, al tiempo que se va acumulando la frustración que dimana de una vida conyugal yerma, hasta que, finalmente, tras algún incidente estresante que actúa como desencadenante, acaba por eclosionar de un modo inequívoco. Una vez concretada la adscripción sectaria, el grupo acabará polarizando toda la atención del cónyuge captado y las relaciones de pareja tenderán a deteriorarse con rapidez.

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QUÉ HACER ANTE UN CASO DE SECTADEPENDENCIA

Cuando se está ante una situación de sectadependencia de algún familiar puede ser de utilidad aplicar los siguientes 25 pasos para encaminarse hacia la solución deseada[xiv]:

1. Asumir abiertamente el hecho de que el familiar causa de preocupación está en una «secta» y no ocultárselo a uno mismo ni a los demás.

2. Diseñar un plan global para abordar la situación en las mejores condiciones posibles.

3. Dar por sentado que el familiar puede abandonar la «secta» en la que está, aunque no haya manera de saber el momento, la manera y las condiciones.

4. Variar las conductas y condiciones lesivas del propio círculo familiar para crear un nuevo ambiente que sea más acogedor para todos, incluido para el sectario, en el caso de que se conviva con él y/o para cuando éste decida volver a iniciar la vida en común.

5. Reunir a toda la familia para explicarles con todo tipo de detalles la situación en la que se encuentran, vencer cuantos temores, dudas o resquemores puedan surgir y solicitar su colaboración a diferentes niveles. Será preciso que todos formen piña alrededor del conflicto y que se den apoyo emocional mutuamente.

6. Seguir con la vida personal y familiar normal. No abandonarse interna y/o externamente, ni dejar de satisfacer las propias necesidades en todos los ámbitos de la vida, ya que cuanto mejor esté uno mismo y los suyos, más atractiva se volverá para el sectario la familia a la que un día decidió volver la espalda.

7. No hacer dramas, ni dejarse arrastrar por la tristeza y la desesperación.

8. Evitar por todos los medios culpabilizarse y/o obsesionarse, ya que hacerlo perjudicará a todos los miembros de la familia, incluido el sectario.

9. No debe descuidarse material y emocionalmente a los otros hijos para concentrarse en el sectario, so pena de querer correr el riesgo de perderlos a ellos también.

10. Procurar restablecer y/o reforzar las relaciones afectivas y la comunicación —por parte de la familia y los amigos— con el sectario. Hacer que se sienta cómodo y seguro en su relación con los no «sectarios».

11. No debe intentarse que un sujeto sectario abandone su relación con el grupo adoptando una actitud condescendiente o antagónica con él ya que ambas posturas empeorarán la situación. El proceso de abandono de una «secta» requiere una fase previa de limado de asperezas, afirmación de las relaciones y fortalecimiento de la comprensión mutua.

12. No hay que enfrentarse abiertamente o enemistarse con el sectario por sus ideas o conductas; aunque puede ser apropiado mostrarse algo crítico al tiempo que respetuoso.

13. En general, no será adecuado ni eficaz intentar convencer a un sectario por la vía de los argumentos racionales dado que buena parte de sus pautas de conducta son esencialmente emocionales.

14. No hay que intentar forzar ningún cambio de actitud en el sectario puesto que se sentiría amenazado en su seguridad e integridad, antes al contrario, deberá ayudársele a madurar y cambiar progresivamente su manera de enfocar las cosas.

15. No debe facilitarse a un sectario toda cuanta información se haya reunido «contra» el grupo del que forma parte. Lo más probable es que tal proceder no sirva para nada y que, además, desencadene efectos totalmente opuestos a los deseados.

16. Evitar las reacciones emocionales negativas, y muy especialmente si son desproporcionadas, frente o contra un sectario, ya que llevarán a éste a alejarse más de su familia y amigos y le lanzarán a integrarse con renovada intensidad en su «secta».

17. No es aconsejable, cuando se habla con un familiar sectario, utilizar continuamente, ni de forma machacona y despectiva, conceptos como los de «secta» y «lavado de cerebro» para referirse al grupo y situación en que éste se encuentra.

18. Evitar culpabilizar o avergonzar a un sectario por su propia situación y conjurar la tentación de señalarle a él como culpable de todos los «males» familiares.

19. Evitar todo lo posible el recurso a algún tipo de ultimátum contra un familiar sectario.

20. Ser moderadamente generoso con el familiar sectario puede estar bien, pero sin permitir los abusos en beneficio de la secta.

21. Impedir o dificultar al máximo el acceso de un sectario a vías que puedan capitalizarle y, por ello, incrementar el dinero que entrega a la «secta» y/o el tiempo que puede ser capaz de permanecer dedicándose exclusivamente a ella.

22. Intentar por todos los medios posibles que el familiar sectario no abandone su trabajo, estudios, u otras actividades sociales. Mientras conserve estas ocupaciones, su dependencia de la «secta» será algo menor, su vida mejor, y muy superiores las posibilidades para su recuperación.

23. Procurar no demostrar al familiar sectario que se desconfía de él, pero debe tenerse siempre muy presente que toda persona sectadependiente miente con frecuencia para ocultar facetas de su vida cotidiana.

24. Acostumbrarse a soportar y saber diferenciar las dos identidades que, a menudo, coexisten en la misma persona y pueden sucederse de forma aparentemente inopinada. La identidad sectaria suele caracterizarse por su falta de afectividad, expresividad y sentido del humor, adopción de posturas físicas rígidas, actitudes de gran intransigencia y susceptibilidad, etc. La otra corresponde a la identidad previa a la sectadependencia, da la sensación de normalidad y permite relaciones familia/sectario correctas. La identidad sectaria suele dominar cuando el entorno es tenso y/o manifiestamente contrario a la «secta». La segunda aflora preferentemente cuando el sujeto se halla en un ambiente relajado, afectuoso y de confianza, que no cuestiona su sectarismo. En ambos casos son posturas reactivas que le sirven al sectario para definir los límites que mejor pueden preservar su homeostasis.

25. Comenzar a prepararse para asumir los conflictos en los que estará inmerso el familiar sectario cuando, finalmente, abandone su grupo[xv].

La sectadependencia —como el resto de adicciones— puede prevenirse y permite un abordaje psicosocial adecuado para paliar los problemas que ocasiona. Pero también exige un cambio de actitud que no todos están dispuestos a adoptar. Mientras sigamos culpando a terceros de lo que fundamentalmente ha sido responsabilidad nuestra, el problema de las conductas adictivas seguirá creciendo como la espuma.

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BIBLIOGRAFÍA

Acero, A. (1997). Familia y factores de protección: una estrategia preventiva. Revista de Estudios de Juventud (40), pp. 65-66. 

Daley, D. (1991). Kicking addictive habits. Lexington: Mass.

Faulkner, R.W. (1991). Terapeutic Recreation Protocol for Treatment of Substance Adicctions. State College (PA): Venture Publishing.

Hawkins, J. D. y Weis, J.G. (1985). The Social Development Model: An Integrated approach to delinquency prevention. Journal of Primary Prevention.

Ridruejo, P. (1994). Hacia un modelo integral de la adicción. En Casas, M., Gutiérrez, M., San Molina, L. (Ed.). Psicopatología y Alcoholismo. Barcelona: Ediciones en Neurociencias.

Rodríguez, P. (1993). Qué hacemos mal con nuestros hijos (El drama del menor en España). Barcelona: Ediciones B.

Rodríguez, P. (2000). Adicción a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento). Barcelona: Ediciones B.

 


[i] Cfr. Faulkner, R.W. (1991). Terapeutic Recreation Protocol for Treatment of Substance Adicctions. State College (PA): Venture Publishing, p. 42.

[ii] Cfr. Rodríguez, P. (1993). Qué hacemos mal con nuestros hijos (El drama del menor en España). Barcelona: Ediciones B.

[iii] Los factores de predisposición al sectarismo son múltiples, no excluyentes entre sí y susceptibles de actuar de forma combinada, y tienen su origen en diferentes aspectos del proceso biográfico de un sujeto —lo que denominamos la «personalidad presectaria»— englobados en seis bloques: edad; sistema familiar disfuncional; trastornos de personalidad; dificultades de adaptación social; búsqueda religioso-espiritual; y desconocimiento de los factores de vulnerabilidad personal ante la manipulación. De todos ellos, resultan determinantes el segundo, tercero y cuarto. Cfr. Rodríguez, P. (2000). Adicción a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento). Barcelona: Ediciones B., pp. 47-62.

[iv] Cfr. Ridruejo, P. (1994). Hacia un modelo integral de la adicción. En Casas, M., Gutiérrez, M., San Molina, L. (Ed.). Psicopatología y Alcoholismo. Barcelona: Ediciones en Neurociencias, p. 514.

[v] En el proceso de relación con una secta se pasa por diferentes estadios que pueden resumirse en estas cuatro fases progresivas: interés, fascinación, enamoramiento y sectadependencia. En la segunda y tercera fases tiene lugar el proceso manipulador dentro del contexto sectario, pero su incidencia en el individuo variará en función de sus condicionantes psicosociales previos. Sólo una parte más o menos notable de los sectarios que pasan por este proceso llegan al cuarto estadio, a la sectadependencia, que es cuando ya se está ante una situación y comportamientos que son problemáticos tanto para el sujeto como para su entorno.

[vi] Entre los casos que asesoramos en el EMAAPS abundan las ocasiones en que no llegamos a conocer directamente al «sectario», pero basta trabajar con los miembros de su entorno —ayudándoles a cambiar algunas dinámicas intrafamiliares, a restablecer o mejorar la comunicación con el sujeto y a programar actividades interesantes para comenzar a compartirlas con él— para que el «problema sectario» vaya diluyéndose progresivamente hasta acabar desapareciendo. Las relaciones familiares pueden terminar normalizándose incluso sin haber trabajado con el sujeto su relación con la «secta»; si las modificaciones en el entorno psicosocial de un sectadependiente se planifican y llevan a cabo adecuadamente, pueden atenuar o contrarrestar su conducta adictiva.

[vii] Cfr. Andreas, K., Dienel, A., Fischer, H.D., Oehler, J. y Schmidt, J. (1985). Influence of social isolation on ethanol preference behavior and dopamine release in telencephalon slices in mice. Polish Journal of Pharmacology and Pharmacy, Vol. 37 (6), pp. 851-854.

[viii] Cfr. Ornstein, R. y Sobel, D. (1987). The Healing Brain: Breakthough Discoveries About How the Brain Keeps Us Healthy. New York: Simon & Schuster.

[ix] Cfr. Daley, D. (1991). Kicking addictive habits. Lexington: Mass.

[x] Algunas modificaciones de la conducta, sumadas entre sí y valoradas con buen criterio, pueden ser indicativas de las primeras fases de relación estrecha de un sujeto con alguna dinámica sectaria. Las pautas a observar pertenecen a cinco campos distintos: modificaciones en los hábitos, en la forma de expresión verbal, en el carácter, en el organismo y en las relaciones sociales. Cfr. Rodríguez, P. (2000). Adicción a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento). Barcelona: Ediciones B., pp. 259-268.

[xi] Cfr. Hawkins, J. D. y Weis, J.G. (1985). The Social Development Model: An Integrated approach to delinquency prevention. Journal of Primary Prevention (6).

[xii] Cfr. Acero, A. (1997). Familia y factores de protección: una estrategia preventiva. Revista de Estudios de Juventud (40), pp. 65-66.

[xiii] Cfr. Rodríguez, P. (2000). Adicción a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento). Barcelona: Ediciones B., pp. 232-240.

[xiv] Cfr. Rodríguez, P. (2000). Adicción a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento). Barcelona: Ediciones B., pp. 296-304.

[xv] Cfr. Rodríguez, P. (2000). Adicción a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento). Barcelona: Ediciones B., pp. 319-341.

 

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